¿Cuál es la novela más larga jamás escrita (por número de palabras)?
La novela más larga jamás escrita, por número de palabras, es «En busca del tiempo perdido», de Marcel Proust. En francés, se titula À la recherche du temps perdu. Esta obra monumental contiene alrededor de 1,2 millones de palabras, repartidas en siete volúmenes y publicada entre 1913 y 1927.
No solo es larga, sino que también es famosa por su profundidad. Proust no se apresura. Extiende un solo momento a lo largo de páginas de introspección. Un bocado de una magdalena se convierte en una meditación sobre la memoria, el tiempo y el significado. Ese estilo hace que el libro parezca aún más largo, pero en el buen sentido.
Hay otros contendores. Una novela vietnamita titulada At Swim, Two Birds y la obra francesa Artamène ou le Grand Cyrus reclaman a veces el récord, dependiendo de cómo se defina «novela». Pero en términos de ficción literaria ampliamente reconocida, el libro de Proust sigue siendo, con diferencia, el más largo.
También es muy leído, citado y admirado, no solo por su tamaño, sino por cómo convierte el tiempo mismo en una estructura literaria. Proust te invita a tomarte tu tiempo. Quizás ese sea el verdadero secreto de su extensión.

📚 Proust y las páginas perdidas de Salinger
En busca del tiempo perdido es una maratón literaria. Pero, ¿qué ocurre cuando un escritor opta por el silencio? Eso es precisamente lo que hizo J. D. Salinger. Tras el éxito de El guardián entre el centeno, dejó de publicar. Durante décadas. Y, sin embargo, siguió escribiendo.
Salinger y Marcel Proust podrían parecer opuestos. Uno derramó millones de palabras en siete volúmenes. El otro desapareció tras un muro de misterio. Pero ambos tenían algo en común: creían en la interioridad. En los pequeños y detallados espacios del pensamiento.
Mientras Proust llenaba capítulos enteros con recuerdos de magdalenas y tiempo perdido, Salinger utilizaba la moderación. Una sola línea de Holden Caulfield podía transmitir más angustia que un discurso de diez páginas. Sin embargo, ambos buscaban la misma verdad: el pulso interior de estar vivo.
Salinger nunca escribió una novela larga. Pero si alguna vez sale a la luz su archivo de relatos inéditos, quizá descubramos que dejó tras de sí algo enorme. Quizá no 1,2 millones de palabras, pero sí algo igual de profundo.

🏛️ El monumento silencioso de Saramago
José Saramago no necesitaba capítulos. Apenas necesitaba puntuación. Pero lo que sí necesitaba, y utilizaba con maestría, era tiempo. Al igual que Proust, Saramago escribía novelas que se desarrollaban lentamente, dando vueltas a las ideas, poniendo a prueba la paciencia del lector y agudizando su atención.
Tomemos como ejemplo Ensayo sobre la ceguera. La historia no se precipita. Se construye gradualmente, palabra a palabra, frase a frase, a veces con una sola frase que ocupa toda una página. Saramago te obliga a quedarte con él. Te reta a leer a su ritmo.
Su novela más larga, El evangelio según Jesucristo, tiene más de 100 000 palabras. No es un récord, pero sigue siendo monumental. Y emocionalmente intensa.
Hay cierta afinidad entre la memoria infinita de Proust y la lenta espiral de pensamientos de Saramago. Ambos nos muestran que la longitud es más que números. Se trata de cuánto tiempo permanece una historia en tu cabeza.
En Saramago, el silencio entre líneas suele decir más que las propias palabras. Al igual que Proust, te invita a escuchar con atención.

🧠 Huxley, la memoria y el futuro de las narrativas largas
Aldous Huxley no escribió novelas largas. De hecho, Un mundo feliz es famosa por su brevedad. Pero reflexionó profundamente sobre la memoria, la conciencia y la forma en que los seres humanos procesan el tiempo, temas que se alinean estrechamente con la obsesión de Proust en En busca del tiempo perdido.
En sus ensayos y discursos, Huxley solía hacer referencia a los límites del lenguaje. Se preguntaba cuánto podía contener una sola frase. Elogiaba a escritores como Proust por ampliar las posibilidades de la novela, que no se limitaba a contar una historia, sino que exploraba la mente.
En sus últimos años, Huxley experimentó con estados alterados. Creía que, en determinadas condiciones, las personas podían ver el tiempo de forma diferente. Proust no necesitaba sustancias. Utilizaba el lenguaje como puerta de entrada. Dejaba que la memoria se desarrollara a su propio ritmo, lenta, silenciosamente, sin descanso.
Para Huxley, Proust era la prueba de que la novela no tenía por qué seguir unas reglas. Podía ser inmersiva o circular. Podía, como el pensamiento, divagar.
Así que, aunque Huxley nunca escribió una epopeya de un millón de palabras, comprendía profundamente el paisaje mental que una novela así podía explorar. Y eso es parte del motivo por el que En busca del tiempo perdido sigue pareciendo moderna. No es solo larga. Es profunda.
🌀 David Foster Wallace y el peso de las palabras
Cuando hablamos de novelas largas, siempre surge un nombre: David Foster Wallace. Su novela Infinite Jest, publicada en 1996, es famosa por su complejidad, sus notas al pie y su volumen: más de 1000 páginas y alrededor de 577 000 palabras.
Eso es solo la mitad de la longitud de En busca del tiempo perdido, de Proust. Pero la novela de Wallace resulta igual de pesada, no solo físicamente, sino también mentalmente. Da vueltas, se enreda y da bandazos. Exige concentración. Y, al igual que Proust, Wallace no solo buscaba la trama. Quería recrear la conciencia misma. Página a página, frase a frase, intentó mostrar cómo funciona el cerebro cuando da vueltas, y eso hace que la experiencia de lectura sea extrañamente íntima.
Wallace admitió una vez que admiraba a los escritores que podían llenar de profundidad cada línea. Y aunque utilizaba una estructura más caótica que Proust, su ambición era similar: llevar la literatura más allá de la superficie. Llevar la novela a un lugar nuevo.
Donde Proust ralentizaba el tiempo, Wallace lo fracturaba. Proust nos regalaba la memoria a través de una prosa tranquila. Wallace introducía academias de tenis, centros de recuperación y un lenguaje tan denso que se retorcía sobre sí mismo.
Aun así, ambos escribían con urgencia, como si sus mentes no pudieran contenerlo todo.
Así que no, Wallace no escribió la novela más larga de la historia. Pero escribió una de las más densas. Y esa es otra forma de sentir el peso de una historia.
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