Subir a por aire, de Orwell, y la amargura de la nostalgia
Subir a por aire, de George Orwell, no es una distopía, ni una sátira, ni una comedia. Lo que es, según mi opinión, es algo más extraño y más triste. Es una novela sobre un hombre que intenta reconectar con la única versión de sí mismo que le ha gustado y se da cuenta de que el mundo del que proviene ya no existe. Mientras leía, no sentía que me empujaran hacia adelante, sino hacia atrás, hacia los recuerdos, hacia la decadencia, hacia el momento en que la comodidad se convierte en pérdida.
El narrador, George Bowling, es un vendedor de seguros de mediana edad, con sobrepeso, dentadura postiza y sin ilusiones. Vive en un aburrido barrio residencial inglés con una esposa a la que tolera y unos hijos a los que apenas conoce. Pero un día, tras ganar una pequeña apuesta, decide hacer un viaje secreto a la ciudad de su infancia para encontrar el río donde pescaba, la tienda de golosinas que le encantaba y, tal vez, al niño que fue. La historia se desarrolla a partir de esa decisión, volviéndose más oscura con cada kilómetro recorrido.
Lo primero que me llamó la atención fue el tono de Orwell. No es enfadado ni revolucionario. Es cansado. Subir a por aire está lleno de desilusión que hierve a fuego lento, pero nunca llega a hervir. El pasado no solo ha desaparecido, sino que ha sido pavimentado, modernizado, borrado. No hay escapatoria, ni siquiera en los recuerdos.
Me recordó a 👉 Noticias sobre Christa T., de Christa Wolf, donde la nostalgia se convierte en una forma de duelo. Ambos libros muestran que volver es imposible. No por la distancia, sino por el tiempo, los cambios y todas las pequeñas pérdidas que se acumulan hasta convertirse en algo permanente.
Subir a por aire no ofrece esperanza. Pero sí ofrece claridad. Y a veces, eso es suficiente.

A la caza del pasado con Subir a por aire
La trama de Subir a por aire avanza lentamente, casi de forma deliberada. George Bowling, el narrador, no descubre nada nuevo, sino que descubre lo que se ha perdido. Tras una pequeña ganancia inesperada, miente a su esposa y se dirige a Lower Binfield, el pueblo donde creció. Espera encontrar algo que todavía le pertenece: un río, un campo, una tienda, una versión de sí mismo. Pero todos los lugares que visita han cambiado hasta quedar irreconocibles. El pasado que busca ha desaparecido, sustituido por hileras de casas y el peso amenazador de la guerra.
La novela se desarrolla a través del monólogo interior de Bowling. Reflexiona sobre sus años escolares, sus padres, sus excursiones de pesca y sus primeros amores. Cada recuerdo es vívido, casi dulce, hasta que Orwell lo interrumpe con amargura. Bowling no solo está recordando. Está de luto. La Inglaterra que amaba, la de antes de la Primera Guerra Mundial, ya no existe.
El regreso a Lower Binfield no ofrece paz. El río se ha secado, la posada está cerrada, la gente es desconocida. Bowling termina su viaje no con renovación, sino con agotamiento. El mundo ha seguido adelante y no queda aire para que él pueda subir.
Este tema de la desubicación me recordó a 👉 Oliver Twist, de Charles Dickens, donde el lugar y la identidad están profundamente entrelazados. Pero mientras que Dickens permite la redención, Orwell solo deja erosión. Subir a por aire es una historia de colapso: de la certeza, de la infancia y de la ilusión de que alguna vez podremos volver atrás.
El realista bajo la revolución
La mayoría de los lectores conocen a George Orwell por sus obras maestras políticas: Rebelión en la granja y 1984. Pero Subir a por aire, publicada en 1939, muestra a un Orwell diferente. Aquí no nos advierte de una tiranía futura. Mira hacia atrás, con tristeza e inquietud, a la Inglaterra en la que creció y en la que se estaba convirtiendo rápidamente.
Orwell no era ajeno a la incomodidad. Nacido en la India británica, educado en Eton y endurecido por sus años en Birmania y la Guerra Civil Española, desconfiaba de la comodidad, la nostalgia y los discursos oficiales. Y, sin embargo, en Subir a por aire, vemos una versión de él dispuesto a admitir que alguna vez se sintió seguro.
Este fue su último libro antes de la Segunda Guerra Mundial. Se puede sentir la tensión en cada página: un mundo al borde del abismo, un hombre sin aliento. Orwell ya nos está preparando para lo que vendrá, incluso mientras llora lo que se ha perdido. Me recordó a 👉 William Golding, otro escritor obsesionado con la fragilidad de la civilización. Ambos vieron lo fácil que se desmorona el orden y lo rápido que desaparece la inocencia.
En esta novela, Orwell cambia el análisis agudo por la honestidad emocional. No intenta convencernos. Nos deja sentir. Ese cambio poco habitual hace que Subir a por aire sea esencial, no como advertencia, sino como reflexión sobre lo que perdemos y lo silenciosamente que se nos escapa.
El peso del tiempo y la pérdida del lugar
El tema más poderoso de Subir a por aire es la nostalgia, no como consuelo, sino como una especie de dolor. George Bowling no solo mira atrás con cariño. Está tratando de resucitar una versión del mundo que ya no existe. Orwell explora cómo la memoria se distorsiona con el tiempo, cómo ofrece ilusiones en lugar de la verdad.
Estrechamente relacionado con esto está el tema de la desilusión. Bowling ve el mundo a través de un cristal empañado. Su matrimonio es insípido, su trabajo carece de sentido y el futuro político le aterra. Es demasiado mayor para soñar y demasiado joven para rendirse. Orwell no se burla de él por este limbo, sino que lo observa con precisión.
Otro tema es la invasión de la modernidad. Dondequiera que mira Bowling, el pasado ha sido arrasado y sustituido por algo más barato, más ruidoso y más funcional. Lower Binfield ya no es un pueblo. Es un suburbio. Esta invasión del presente borra la identidad y solo deja la superficie. Me recordó a 👉 Atta Troll, de Heinrich Heine, donde la naturaleza y la autenticidad quedan sepultadas bajo la sátira y el espectáculo.
Finalmente, Orwell se enfrenta a la inevitabilidad de la guerra. Aunque aún no se ha declarado en el mundo de la novela, se cierne sobre todo como el humo. Bowling sabe lo que se avecina, no en términos de estrategia o política, sino en espíritu. La paz es un recuerdo, no una realidad.
A través de todos estos temas, Orwell deja una cosa clara: puedes recordar el pasado, pero nunca puedes volver a él. Y esa verdad es la que acecha en cada página.
El hombre que nunca escapa
George Bowling es uno de los personajes más silenciosamente trágicos de Orwell. No es un revolucionario ni un filósofo. Es un vendedor de seguros cansado y con sobrepeso, con dentadura postiza, pelo ralo y un profundo anhelo humano de tranquilidad. Eso es lo que lo hace tan fascinante. No es extraordinario, es reconociblemente real.
La voz de Bowling es aguda, seca y, a menudo, divertida. Ve lo absurdo de su vida, aunque no puede cambiarla. Miente a su mujer, se queja de su trabajo y desprecia el ritmo de la vida moderna. Pero bajo esas quejas se esconde una desesperación silenciosa y dolorosa. Quiere volver a una época en la que se sentía completo. Cuando pescar significaba libertad.
Su esposa, Hilda, no es cruel ni irracional. Pero tampoco es alguien que entienda lo que siente Bowling. Su matrimonio es vacío, lleno de hábitos y silencios. Orwell no dramatiza esto, simplemente muestra lo fácil que la rutina puede convertirse en una prisión.
Hay otros personajes —viejos maestros, pescaderos, gente del pasado de Bowling—, pero no están completamente desarrollados. Es intencionado. Viven en la memoria de Bowling, no en el presente. Él los ve a través de la neblina de la nostalgia, y Orwell nunca nos deja olvidarlo.
Esta descripción me recordó a los personajes complejos de 👉 David Copperfield, de Charles Dickens. Ambos autores muestran cómo los recuerdos remodelan a las personas, cómo el pasado se convierte en algo que editamos y seleccionamos. Pero mientras Dickens se inclina hacia la resolución, Orwell deja a Bowling en suspenso, a medio camino entre un sueño y un callejón sin salida.
Bowling no escapa. Pero Orwell le da la dignidad de la claridad. Eso solo lo hace inolvidable.

Citas melancólicas de Subir a por aire, de George Orwell
- «No puedes volver a un lugar y encontrarlo exactamente igual». Esta frase captura la esencia de la novela. El tiempo cambia los lugares más de lo que la gente cree, a menudo de forma silenciosa y completa.
- «El pasado es algo curioso. Está contigo todo el tiempo». Orwell muestra cómo los recuerdos se convierten en compañeros, incluso cuando duelen. Bowling lleva su juventud como una foto descolorida en su mente.
- «Después de un tiempo, llegas a odiar tu propio cuerpo». La conciencia de sí mismo de Bowling es profunda. Su cuerpo envejecido se convierte en un símbolo de todo lo que ha perdido, incluida la vitalidad y el control.
- «Solo cuando miras atrás ves lo que te has perdido». Orwell expresa el arrepentimiento en términos sencillos. La reflexión revela no solo lo que hicimos, sino también lo que no supimos ver.
- «Nunca pasa nada como esperas». Esta tranquila frase lo dice todo. Orwell nos recuerda cómo las expectativas nos llevan a la decepción, especialmente cuando perseguimos el pasado.
- «La gente no cambia. Solo revela más de sí misma». A Bowling no le interesa la redención. Reconoce que el tiempo expone en lugar de transformar.
- «No hay vuelta atrás». Esta es la herida más profunda de la novela. La nostalgia no es un retorno, es un recordatorio de la distancia.
- «La guerra se cierne en el cielo como una nube». Incluso en los momentos de tranquilidad, Orwell evoca la tormenta que se avecina. La paz es temporal y todos lo sienten.
- «De repente piensas: «Esto es todo. He estado vivo todo este tiempo y me lo he perdido»». Un momento brutal de claridad. Bowling se da cuenta de lo fácil que es que la vida pase desapercibida.
Reflexiones literarias de Subir a por aire, de Orwell
- Escrita al borde de la guerra: Orwell terminó la novela a principios de 1939, pocos meses antes de que comenzara la Segunda Guerra Mundial. El miedo al conflicto es un trasfondo constante.
- La novela más autobiográfica de Orwell: Los recuerdos del narrador sobre la pesca, la escuela y la vida en el pueblo reflejan la propia infancia de Orwell. Pocas de sus obras son tan personales.
- Primera novela publicada por Gollancz: Orwell encontró un nuevo hogar literario con Victor Gollancz, cuya editorial se especializó en ficción política y progresista durante la década de 1930.
- George Bowling era el alter ego de Orwell: el tono y la visión del mundo de Bowling reflejan los propios sentimientos de decepción y escepticismo de Orwell sobre la Inglaterra moderna.
- Un puente entre el realismo y la distopía: esta novela conecta las primeras obras de Orwell con su ficción política posterior. Su tono se asemeja al de 👉 Crónicas marcianas, de Ray Bradbury, que también captura la pérdida de la identidad personal y nacional.
- Una crítica a la cultura consumista moderna: Orwell satiriza los altavoces, la publicidad y las urbanizaciones anodinas. El tono recuerda la decadencia silenciosa que se aprecia en los escenarios domésticos de la posguerra de 👉 Agatha Christie.
- El título implica aliento y retirada: Bowling no está huyendo para siempre. Solo quiere respirar con claridad, una oportunidad para recordar cómo era la vida antes de que se endureciera.
- Orwell temía la velocidad del cambio: más que la guerra o la ideología, la novela lamenta la rapidez con la que la tecnología y la política borran paisajes y formas de vida enteras.
- Temas prefigurados en obras posteriores: el uso de la memoria, la narrativa poco fiable y la domesticidad sombría se pueden ver de nuevo en 👉 Crónicas marcianas y en los propios ensayos de Orwell.
- El legado de Orwell se conserva cuidadosamente: los lectores modernos pueden explorar sus cartas, borradores y recepción crítica a través de 🌍 The Orwell Foundation y sus títulos en 🌍 Penguin Books.
Una voz como una calle vacía
El lenguaje de Subir a por aire es engañosamente sencillo. Orwell no utiliza la retórica exaltada de 1984 ni el tono alegórico de Rebelión en la granja. Aquí, su prosa refleja al propio George Bowling: sencilla, observadora, cínica y, en ocasiones, poética. Es una voz que divaga y reflexiona, llena de pausas, digresiones y pensamientos a medio terminar, como los recuerdos.
Este estilo funciona porque parece sincero. Bowling no está actuando para el lector. Está confesando. Su narración oscila entre el humor seco y la perspicacia repentina. En un momento se burla de las tiendas modernas y de los niños ruidosos; al siguiente, recuerda el aspecto que tenía un estanque antes de que lo drenaran.
Los pasajes descriptivos de Orwell son sobrios pero vívidos. Una sola frase puede esbozar toda una escena: «El tipo de día en el que parece que nunca ha pasado nada ni podría pasar nada». No es florido, pero perdura. Orwell confía en que el lector sienta el peso que hay detrás de las palabras sencillas.
Este equilibrio me recordó a 👉 Canto General, de Pablo Neruda, una obra muy diferente en cuanto al tema, pero similar en su uso del lenguaje cotidiano para evocar algo enorme: la historia, la pérdida, la erosión.
Lo más llamativo es la distancia emocional. Orwell no se entrega al sentimentalismo. Deja que las palabras de Bowling expongan la emoción a través de lo que no se dice, lo que se pasa por alto rápidamente, lo que sale de forma indirecta. Es un lenguaje como autoprotección, y funciona.
No hay pulido en la voz de esta novela. Pero hay honestidad. Esa crudeza, ese cansancio, es lo que hace que Subir a por aire no parezca una actuación, sino una verdad silenciosa susurrada justo antes de que el mundo cambie para siempre.
Un espejo que no esperaba
No esperaba que Subir a por aire me resultara tan personal. Lo abrí pensando que sería una novela política o un retrato satírico de una Inglaterra en ruinas. En cambio, lo que encontré fue una meditación tranquila e inquietante sobre el tiempo. George Bowling no es heroico. No cambia el mundo. Ni siquiera se cambia a sí mismo. Pero su voz me caló hondo como pocas voces narrativas lo hacen.
Lo que más me gustó fue cómo Orwell permite la contradicción. Bowling es amargado y nostálgico, pero también es agudo y divertido. Se miente a sí mismo, pero también ve el mundo con dolorosa claridad. Quiere volver atrás, pero sabe que es imposible. Esa tensión crea algo profundamente humano. Es una novela sobre aceptar el fin de las ilusiones.
La forma en que Orwell captura Inglaterra, no como un país, sino como un estado de ánimo, me pareció especialmente conmovedora. Los refugios antiaéreos, las viviendas baratas, el ruido del progreso sustituyendo la quietud del campo. Todo ello me recordó lo rápido que desaparecen las cosas y lo lentamente que nos damos cuenta de que ya no están.
También aprecié la honestidad del estilo de Orwell. Sin florituras, sin artificios, solo frases limpias y verdades gastadas. Me hizo sentir como si Bowling fuera alguien a quien pudiera escuchar por casualidad en un banco del parque. Alguien que dice algo insignificante que se me queda en la cabeza todo el día.
Me encantó Subir a por aire, no porque diera respuestas, sino porque me ayudó a formular una pregunta que a menudo había ignorado. ¿Qué pasa cuando miras atrás y te das cuenta de que no queda nada por descubrir?
Mirar atrás con los ojos abiertos
Al cerrar Subir a por aire, me sentí más tranquilo que conmocionado. Es difícil explicar esa sensación de calma. La novela no se precipita, no grita, no te pide que la admires. Simplemente se queda contigo. La voz de George Bowling, llena de decepción y humor seco, perdura como la última luz de una tarde gris. La historia no pretende transformar. Captura algo más frágil: la comprensión de que no se puede confiar en que nada, ni siquiera los recuerdos, permanezcan intactos.
Lo que hace que la novela sea tan silenciosamente devastadora es su realismo. Bowling no aprende ninguna lección. No regresa renovado ni reformado. Regresa cansado. Su pueblo ha desaparecido. Su juventud ha desaparecido. Incluso la idea de escapar se ha desvanecido. Orwell no pinta esto como un fracaso, sino como la verdad. Y, de alguna manera, enfrentarse a esa verdad se convierte en una forma de valentía.
Me llamó especialmente la atención cómo la novela equilibra la historia personal con la sensación de algo mucho más grande. Se avecina la guerra. Se puede sentir presionando desde los márgenes. Orwell no la nombra directamente en todas las escenas, pero pesa en cada palabra. Bowling sabe que su pequeño viaje es su última oportunidad de sentir algo parecido a la paz, y sabe que la paz ya se está rompiendo.
En este sentido, Subir a por aire me recordó el peso melancólico de 👉 Ciego en Gaza, de Aldous Huxley. Ambas novelas muestran a individuos que van a la deriva por vidas ya moldeadas por fuerzas mayores. Ninguno intenta escapar. Simplemente intentan ver con claridad.
Orwell no nos pide que cambiemos. Solo nos pide que nos demos cuenta. Quizá eso sea lo más radical de todo.
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