Miedo, amor y aislamiento en Alguien va a venir, de Jon Fosse

Cuando leí por primera vez Alguien va a venir, me encontré sumergiéndome en sus pausas. El silencio entre las líneas parecía más fuerte que las propias palabras. Jon Fosse no construye su novela en torno a la acción o la complejidad. En cambio, lo despoja todo hasta que solo queda la emoción pura. Lo que queda es algo inquietante, frágil y profundamente íntimo.

Esta novela trata sobre una pareja —Él y Ella— que se muda a una casa aislada junto al mar con el deseo de estar solos juntos. Pero incluso en el aislamiento, no pueden escapar al miedo de que alguien más llegue. Ese temor, sin nombre y sin forma, acecha en cada frase. Fosse convierte el silencio y la quietud en los personajes centrales, y lo hace con un lenguaje que resulta a la vez primitivo y poético.

Creo que el libro no habla tanto a nuestra mente como a algo más profundo. No es una historia que se entiende, es una historia que se siente. La tensión no se crea a partir de lo que sucede, sino de lo que podría suceder. Esa sensación de posibilidad, de espera, es insoportable, y esa es la clave. Empiezas a darte cuenta de que el mayor miedo no es la llegada de alguien, sino los cambios que esa presencia trae al amor y a la soledad.

En esta reseña, quiero explorar la frágil belleza de Alguien va a venir, cómo habla de las relaciones, el miedo y la implacable presencia de la ausencia. Puede que no sea para todos los lectores, pero aquellos que escuchen con atención encontrarán algo inolvidable.

Ilustración para Alguien va a venir, de Jon Fosse.

Dentro de Alguien va a venir: cuando no pasa nada, pasa todo

Lo fascinante de Alguien va a venir es que va en contra de las expectativas narrativas. No hay giros dramáticos ni acontecimientos impactantes. En cambio, nos vemos envueltos en un ritmo lento y repetitivo, que refleja la confusión interior de la pareja. Hablan en ecos, dando vueltas a los mismos miedos. Y, de alguna manera, esa repetición se convierte en suspense.

El estilo de la novela es minimalista, pero eso no significa que sea deficiente. Cada palabra importa. Cada silencio tiene peso. Fosse escribe como si estuviera despojando el ruido para llegar a algo más verdadero. El deseo de la pareja de estar solos no es pacífico, es asfixiante. Por mucho que busquen la soledad, temen lo que esta revela.

Lo que más me llama la atención es cómo el libro captura la claustrofobia del amor. La casa junto al mar es a la vez santuario y prisión. Los aísla del mundo, pero amplifica sus inseguridades. El miedo a que «alguien va a venir» se convierte en un símbolo: de intrusión, de celos, de cambio. Incluso la llegada de un extraño, el Hombre, no trae violencia ni conflicto. Pero su mera presencia lo cambia todo.

👉 La hija del clérigo, de George Orwell, también explora el miedo interno y el encierro psicológico, aunque en un entorno muy diferente. Ambas novelas tratan de personajes que se enfrentan a presiones invisibles: la sociedad en el caso de Orwell y el peso de los propios pensamientos en el de Fosse.

Fosse nos pide que leamos despacio. Que escuchemos los silenciosos temblores que se producen en el interior de sus personajes. Al hacerlo, nos damos cuenta de lo frágil que es realmente la conexión y lo aterrador que puede ser dejar entrar a alguien.

El amor en la repetición: el ritmo de la obsesión

Leer a Jon Fosse es como verse atrapado en una marea. Sus frases fluyen y refluyen, arrastrándote al ritmo de las voces de sus personajes. En Alguien va a venir, este ritmo se convierte en una especie de latido: lento, persistente, tembloroso por la duda. Los personajes repiten frases, pensamientos y miedos. Y esa repetición, lejos de ser redundante, se convierte en una forma de exponer la obsesión.

Es como si Él y Ella estuvieran ensayando sus miedos en voz alta, tratando de convencerse a sí mismos de que todo está bien. Pero sus palabras los traicionan. No confían el uno en el otro. No confían en el silencio. Y ciertamente no confían en la idea de que su amor sea lo suficientemente fuerte como para resistir la intrusión.

Aquí es donde el estilo minimalista de Fosse se convierte en maximalismo emocional. Utiliza muy poco para decir mucho. Las pausas y las frases repetidas reflejan bucles emocionales, especialmente los celos. El miedo a que la pareja prefiera a otra persona nunca se aborda directamente, pero se extiende por todo el libro como una tormenta silenciosa.

Lo que me pareció inquietante es cómo Fosse consigue que el amor parezca frágil simplemente a través del lenguaje. Los amantes no gritan, susurran. Y, sin embargo, el efecto es más devastador que cualquier discusión a gritos. La quietud entre ellos habla de heridas que aún no han sido nombradas.

👉 El arco del triunfo, de Erich Maria Remarque, también pinta el amor en tiempos de inestabilidad, aunque política y externa, en lugar de interna. Ambas novelas muestran que el amor, incluso cuando se desea profundamente, no siempre ofrece seguridad.

Fosse nos muestra un espejo del tipo de amor que se alimenta de su propio miedo. Y al hacerlo, muestra cómo el lenguaje puede conectar y destruir.

¿Un lugar donde esconderse o un lugar donde ser encontrado?

La casa junto al mar es más que un escenario: es un personaje. Respira con las esperanzas y ansiedades de la pareja. Creen que protegerá su amor del mundo exterior, pero la casa los traiciona. Se convierte en un espacio de proyección, que se hace eco de sus miedos internos. La soledad no trae paz, lo magnifica todo.

La lejanía del lugar intensifica su deseo de desaparecer. Pero también los hace más vulnerables. Ella se siente observada. Él se siente desafiado. Su unidad se fractura no por algo que se haya dicho o hecho, sino simplemente por el lugar en el que se encuentran. El silencio es demasiado fuerte.

La genialidad de Fosse reside en su uso del espacio y el escenario como amplificadores emocionales. El mar que rodea la casa se convierte tanto en amenaza como en metáfora. Representa el infinito, un lugar donde el yo puede desaparecer. Pero también refleja el aislamiento que corroe la intimidad. La pareja buscaba refugio, pero encontró confrontación.

Este capítulo me hizo pensar en 👉 El método, de Juli Zeh, donde los entornos destinados a proteger se convierten en mecanismos de control. En ambas novelas, el escenario no es neutral, tiene agencia.

La casa no los atrapa físicamente. Los atrapa emocionalmente. En su intento por estar solos, quedan demasiado expuestos. Esa es la paradoja que Fosse explora tan bien: estar solo con alguien a quien amas puede ser lo más solitario que hay.

El extraño que dice tan poco y lo cambia todo

A mitad de la novela, aparece un tercer personaje: el Hombre. No trae el caos. No dice mucho. Pero su presencia lo desestabiliza todo. Fosse no nos ofrece drama en el sentido tradicional, sino que introduce una variable humana que pone al descubierto lo que ya era frágil. El hombre se convierte en un espejo. Refleja las inseguridades de la pareja, su desconfianza y sus dudas tácitas.

Lo más destacable es lo poco que hace realmente el hombre. Simplemente existe. Sin embargo, su existencia amenaza el vínculo de la pareja. Su mirada, sus movimientos, su silencio… todo ello va minando la ilusión de seguridad. De repente, «estar solos juntos» ya no se percibe como unidad. Se percibe como vigilancia, como exposición.

El miedo a que «alguien va a venir» se ha materializado. Pero el verdadero miedo no era el desconocido. Era lo que su presencia revelaba: que su amor siempre había sido más frágil de lo que querían admitir.

👉 El amante, de Marguerite Duras, ofrece una dinámica diferente, pero igualmente inquietante, de presencia y silencio. En ambos libros, la tensión no se crea a través de la acción, sino a través del peso de ser visto por otra persona.

Fosse sugiere que el amor no puede existir en el vacío. La llegada de otra persona, incluso de una persona tranquila y pasiva, es suficiente para perturbar el equilibrio emocional. Y una vez que ese equilibrio se rompe, no hay forma de fingir que alguna vez fue estable.

El espacio entre las palabras: el uso único del lenguaje de Fosse

Uno de los aspectos más distintivos de la escritura de Jon Fosse es cómo utiliza el lenguaje para crear ausencia. Sus diálogos son escasos y sus frases a menudo incompletas. Sin embargo, estos huecos no están vacíos. Están llenos de residuos emocionales: miedo, nostalgia, arrepentimiento. El silencio entre las palabras dice más que las propias palabras.

En Alguien va a venir, la forma en que hablan los personajes revela lo mal que se comunican. Sus frases se repiten, se desvanecen, se contradicen. Parecen atrapados en una niebla creada por ellos mismos. Pero esta niebla es intencionada. Nos obliga a inclinarnos, a leer entre líneas.

El estilo de Fosse exige algo poco común al lector: paciencia. No se leen sus libros deprisa. Hay que esperar con ellos y sentir su quietud. Y en esa quietud, se empieza a experimentar la realidad emocional de los personajes, no a través de la exposición, sino a través del ritmo, la vacilación y la respiración.

Esto me recuerda a 👉 Los monederos falsos, de André Gide. Aunque el estilo es diferente, ambos autores utilizan la forma para explorar la fragmentación interior. Las capas metaficcionales de Gide y los huecos minimalistas de Fosse comparten un objetivo común: retratar la emoción como algo inconexo, inestable y siempre en constante cambio.

Fosse convierte lo no dicho en un lenguaje propio. Y una vez que te sintonizas con él, el silencio se vuelve ensordecedor y, extrañamente, hermoso.

Cita de Jon Fosse, autor de Alguien va a venir

Citas inquietantes de Alguien va a venir, de Jon Fosse

  • «Alguien va a venir». Esta frase se repite como un mantra a lo largo del libro, convirtiendo la anticipación en obsesión. Captura el miedo a la intrusión, pero más que eso, el miedo al cambio.
  • «Estaremos solos. Solo nosotros dos». Lo que comienza como un consuelo se convierte poco a poco en una trampa. La promesa de la soledad se vuelve asfixiante, dejando al descubierto lo poco seguro que es el amor.
  • «Hemos venido aquí para estar solos». La motivación de la pareja parece sencilla, incluso romántica. Pero con Fosse, incluso las palabras más sencillas transmiten temor. Esta frase revela cómo las ilusiones de control se desvanecen rápidamente.
  • «No quiero que venga nadie». El miedo a los demás refleja una ansiedad más profunda: el miedo a que la conexión con el mundo exterior destruya el frágil mundo interior que han construido.
  • «No hay nadie aquí. Solo nosotros». A medida que avanza la novela, esta afirmación comienza a sonar hueca. La ausencia de los demás se convierte en un vacío lleno de tensión en lugar de paz.
  • «¿Crees que va a venir?». La paranoia se intensifica. Esta frase subraya cómo la duda, una vez introducida, se alimenta de sí misma. El miedo al «otro» se convierte en una cuña entre los amantes.
  • «Te ha mirado». Un momento de observación cotidiana se convierte en acusación. Fosse muestra lo fácil que es que la atención, o la sugerencia de ella, desestabilice la cercanía.
  • «No necesitamos a nadie más». El deseo de exclusividad enmascara un trasfondo de inseguridad. Esta frase marca la frontera entre la intimidad y el aislamiento, una frontera que pronto se disuelve.

Curiosidades de Alguien va a venir

  • La primera obra completa de Fosse: Alguien va a venir fue el debut de Jon Fosse como dramaturgo en 1996, marcando su transición de novelista a uno de los dramaturgos más importantes de nuestro tiempo.
  • Influenciado por Beckett y Bernhard: La obra se hace eco del estilo de Samuel Beckett y Thomas Bernhard, especialmente en su repetición rítmica y tensión psicológica, aunque el tono de Fosse es singularmente lírico.
  • El tema recurrente de la «espera»: La obsesiva frase «alguien va a venir» sitúa la obra dentro de una larga tradición de obras dramáticas sobre la espera, desde Esperando a Godot hasta 👉 El tiempo debe detenerse, de Aldous Huxley.
  • Publicada por Éditions de l’Arche: La traducción al francés de Éditions de l’Arche contribuyó a consolidar la presencia de Fosse en el mundo francófono. Fuente: Editions-Arche.fr
  • El subtexto existencial de la obra: Aunque la trama es mínima, los críticos han señalado la presencia de temas existenciales a lo largo de toda la obra. El miedo de los personajes al «otro» refleja un temor más profundo a la falta de sentido.
  • Lugar de aislamiento: La casa junto al mar de la obra refleja los escenarios típicos de las obras de Fosse, a menudo inspiradas en los desolados fiordos y la costa del oeste de Noruega, donde creció.
  • Adaptada internacionalmente para el teatro: Alguien va a venir se ha representado en más de 20 países. El estreno francés en 2001 en el Théâtre de l’Odéon contribuyó a consolidar la fama de Fosse en Europa. 👉 Las moscas, de Jean-Paul Sartre, también tuvo una gran repercusión en los escenarios franceses.
  • La conversión de Fosse al catolicismo: Aunque se crió como protestante, Fosse se convirtió al catolicismo en 2012. Sus creencias espirituales influyen ahora en sus obras posteriores y arrojan una nueva luz sobre las anteriores, como esta obra.

El miedo a que el amor no sea suficiente

A lo largo de la novela, los personajes actúan como si el amor fuera su refugio, lo único en lo que pueden confiar. Pero con cada página, esa confianza se desmorona. Fosse nos muestra algo difícil de aceptar: el amor no siempre es sinónimo de comprensión. Se puede amar profundamente a alguien y seguir sintiéndose solo. Se puede compartir una vida y seguir hablando en eco.

Sus miedos no son irracionales. Son crudos y humanos. ¿Y si el amor se desvanece y el otro se aleja? ¿Y si el simple hecho de estar juntos no es suficiente para mantener todo en su sitio? Fosse no responde a estas preguntas. Las deja en el aire, suspendidas en el aire quieto entre dos personas que temen perderse, o que quizá ya se han perdido.

Esta fragilidad emocional me recordó a El jardín de los Finzi-Contini, de Giorgio Bassani. En ambos libros, el pasado está lleno de una seguridad imaginaria, y el presente va revelando poco a poco lo frágil que era esa seguridad.

Fosse no nos ofrece catarsis. Nos ofrece claustrofobia emocional, y el resultado es devastador. Vemos a los personajes tratando de creer en algo —el amor, la soledad, la conexión— pero la creencia misma comienza a disolverse. Y nos quedamos mirándolos hundirse en el silencio que una vez acogieron.

El aislamiento como forma de exposición

Es fácil suponer que el aislamiento te protegerá. Los personajes de esta novela sin duda lo creen así. Creen que si se alejan lo suficiente de los demás, por fin estarán a salvo. Pero la verdad es que el aislamiento revela más que oculta. Sin nadie más que los distraiga, deben enfrentarse entre sí y a sí mismos.

La casa de Fosse junto al mar se convierte en un crisol. Concentra cada emoción, cada silencio, cada paso en falso. No hay puertas que cerrar de golpe, ni amigos a los que llamar, ni calles en las que desaparecer. Solo dos personas, sus miedos y el sonido de las olas que no pueden controlar.

Lo que más me impactó es que la exposición no viene del exterior. Surge desde dentro. Las dudas de los personajes, apenas expresadas, se vuelven insoportables. Y la llegada del Hombre, el forastero, no es la verdadera perturbación. La verdadera fractura ya está ahí. Para empezar, nunca estuvieron seguros el uno del otro.

👉 El ruido y la furia, de William Faulkner, también explora este lento desmoronamiento, en el que el aislamiento profundiza el caos interior en lugar de traer paz. Ambas novelas nos recuerdan que las verdades más dolorosas no provienen de la confrontación, sino de la quietud.

En el mundo de Fosse, estar solo nunca es sencillo. Nunca es tranquilo. Es un espejo vuelto hacia dentro. Y a veces, lo más difícil no es lo que nos hacen los demás, sino lo que vemos cuando nos quedamos solos con nosotros mismos.

Por qué volveré a leer Alguien va a venir

Leer Alguien va a venir no es como leer una novela típica. No te lleva adelante con giros argumentales o revelaciones. En cambio, te pide que te detengas, que sientas la atmósfera, que te sientes con la incomodidad, que escuches lo que no se dice. No es un libro ruidoso, pero resuena profundamente. Y una vez que encuentras su frecuencia, no lo olvidas.

Lo que me queda no es solo la historia de una pareja perturbada por la llegada de un extraño. Es la geometría emocional: cómo dos personas que intentan proteger algo sagrado pueden ver cómo se desmorona lentamente ante sus propios ojos. Es cómo el silencio, la repetición y el miedo se vuelven más poderosos que las palabras.

Jon Fosse escribe como nadie. Su voz es tranquila, pero sus ideas resuenan. Él entiende algo crucial sobre la conexión humana: que la presencia no siempre es intimidad, y la soledad no siempre es paz. Muestra lo rápido que el deseo puede convertirse en temor, y cómo el amor puede marchitarse no por la traición, sino por la duda.

No dejo de pensar en las últimas páginas. No por lo que ocurre, sino por lo que no ocurre. La ambigüedad, la inquietud, la tensión que nunca se resuelve del todo… perdura.

Y creo que eso es lo que hace que la obra de Fosse sea tan poderosa. No ofrece un cierre. Ofrece reconocimiento.

Y eso, para mí, es suficiente para volver. Para esperar. Para volver a leer, despacio. Porque Alguien va a venir no es un libro que se termina. Es un libro en el que se vive, mucho después de que termina.

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