Dentro de Glamourama, de Bret Easton Ellis: moda, miedo y colapso

Leer Glamourama, de Bret Easton Ellis, es como caer en un vórtice brillante y violento. Desde la primera página, nos vemos arrastrados a una versión brillante y sobreexpuesta de los años noventa, un mundo que resulta a la vez seductoramente glamuroso y perturbadoramente vacío. La novela sigue a Victor Ward, un modelo y asiduo de los clubes nocturnos, cuyo descenso a una conspiración terrorista se convierte en un viaje surrealista a través de la fama, la identidad y la vigilancia.

Lo que hace que este libro sea tan inolvidable no es solo su trama, sino cómo Ellis convierte el exceso en atmósfera. Las páginas rebosan de cameos de famosos, marcas y charlas sin sentido. Todo parece trivial hasta que se vuelve aterrador. En este mundo, la fama es un camuflaje para la violencia. La belleza se convierte en un arma. La atención es peligrosa.

El ritmo es intenso, pero intencionadamente desorientador. La historia no se desarrolla, sino que se desentraña. Los párrafos se repiten. El tiempo se repite. Las frases fallan. Es como leer una novela filtrada a través de la telerrealidad y las cámaras de seguridad. Y eso es precisamente lo que se pretende. El estilo se convierte en la historia.

En el fondo, la obra trata sobre la actuación. No solo en las pasarelas, sino en las relaciones, la política e incluso el terror. Victor siempre está actuando, ya sea posando con un traje de Armani o siendo reclutado para un complot para cometer un atentado con bomba. Está perdido en un mundo donde la identidad no solo es fluida, sino fragmentada.

El efecto es vertiginoso. Pero eso es lo que hace que Glamourama sea tan eficaz. Es como un espejo roto que refleja una cultura obsesionada con la superficie y nos reta a mirar más allá. Lo que vemos —o dejamos de ver— dice más de nosotros que de Víctor.

Ilustración para Glamourama, de Bret Easton Ellis

Cronista del colapso

Para entender Glamourama, es útil conocer a Bret Easton Ellis, una de las voces más controvertidas y fascinantes de la ficción posmoderna. Desde su temprano éxito con Menos que cero, el escritor siempre ha estado obsesionado con la juventud, la decadencia y el vacío emocional que subyace a la cultura consumista. Pero con el libro va más allá. Esta vez no se trata solo del descontento californiano, sino del caos global.

Él tenía unos treinta y cinco años cuando se publicó la novela en 1998, y ya era conocido por traspasar los límites literarios. Los críticos se mostraron divididos y a menudo lo acusaron de nihilismo. Pero los lectores no podían apartar la mirada. Sus libros reflejaban precisamente aquello que pretendían criticar —la codicia, la fama, la violencia— creando una tensión que resultaba repulsiva y real a la vez.

Lo que le distingue es su uso de una prosa fría para describir emociones candentes. Nunca nos dice cómo sentir. Simplemente muestra la escena, sin censura y sin interrupciones. En Glamourama, esta técnica se lleva al extremo. Capítulos enteros se desarrollan como metraje cinematográfico sin editar, crudo y sin filtros. El diálogo se funde con el monólogo. Los pensamientos internos se convierten en ruido externo.

Ellis se inspira literariamente en Joan Didion, Don DeLillo e incluso Kafka. Al igual que ellos, utiliza la alienación no como tema, sino como método. En America, de Franz Kafka, vemos una pérdida similar de rumbo y de identidad: una figura errante engullida por sistemas que no comprende. En manos del autor, el sistema es la fama. Y lo devora todo.

Tanto si te gusta como si lo odias, el autor no se inmuta. Glamourama puede resultar perturbadora, pero es brutalmente honesta. Y en una era de vidas curadas y vigilancia social, esa honestidad sigue doliendo.

La realidad se desintegra con estilo

A primera vista, Glamourama sigue la fórmula habitual de Bret Easton Ellis: gente guapa que vive vidas superficiales. Pero pronto, la novela da un giro hacia algo mucho más oscuro y extraño. Victor Ward es el chico de moda de la vida nocturna neoyorquina: modelo, miembro de la alta sociedad y futuro propietario de un club. Tiene una novia famosa, una aventura con otra modelo y un nombre que está siempre en boca de todos.

Entonces, todo se desmorona. Victor se ve envuelto en una misteriosa organización relacionada con la violencia política y la manipulación de los medios de comunicación. Lo que comienza como una elegante sátira se convierte en una pesadilla. Atentados, desapariciones, dobles… Todo escenificado con precisión cinematográfica. La línea entre la realidad y la ficción comienza a difuminarse, y Victor se convierte en un títere en un espectáculo que no puede controlar.

Él recurre en gran medida a la repetición y a las referencias a personajes famosos, no para aburrir al lector, sino para sumergirlo en la psique obsesiva y fragmentada de Victor. A medida que la trama se traslada de Nueva York a Londres y luego a una serie de operaciones terroristas cada vez más surrealistas, la propia narrativa comienza a desmoronarse, reflejando la crisis de identidad de Víctor.

La novela no ofrece una resolución clara. En cambio, nos deja con preguntas sobre la autenticidad, la agencia y el costo de la visibilidad. Los capítulos finales son especialmente discordantes, una mezcla de horror en cámara lenta y entumecimiento emocional.

No es fácil de seguir, pero no pretende serlo. Glamourama desmantela la idea de la narración coherente, obligando a los lectores a navegar por un mundo construido sobre la ilusión. No es solo lo que sucede lo que importa, sino lo desorientados que nos sentimos cuando sucede.

Belleza, terror y la muerte del yo

El tema central del escritor en Glamourama es la desintegración: del yo, de la verdad, del significado. Bajo el brillo, hay un vacío frío. El libro está saturado de referencias a la fama y la marca, pero nada parece real. Victor Ward, el protagonista, no es solo vanidoso, es vacío. Su lenguaje es artificial y sus recuerdos son defectuosos. Sus relaciones son actuaciones.

No se trata solo de gente superficial haciendo cosas superficiales. Se trata de cómo una cultura basada en la imagen crea personas sin sustancia. A medida que Victor se ve envuelto en operaciones terroristas, el horror no es tanto la violencia como la apatía que la rodea. La gente posa para los atentados como si estuvieran en un anuncio de Calvin Klein. La destrucción se convierte en contenido.

Uno de los aspectos más escalofriantes del libro es su obsesión por la vigilancia. Hay cámaras por todas partes. Las escenas parecen montadas. Los personajes parecen actuar para un público invisible. En este mundo, la privacidad ha muerto y la actuación es constante. Víctor no sabe quién le observa, ni si se está observando a sí mismo.

La novela también aborda la decadencia política. El grupo terrorista es vago, sus objetivos poco claros. Como ocurre en gran parte de Glamourama, prima el estilo sobre el fondo. Pero Ellis es tajante: cuando el terror se convierte en espectáculo, a nadie le importa la causa, solo la estética.

Aquí hay ecos de Un mundo feliz, de Aldous Huxley, donde la comodidad y la distracción sustituyen a la profundidad y la resistencia. En ambas novelas, la identidad se vuelve desechable y el placer, peligroso. Él no ofrece soluciones, solo un retrato inquietante de una sociedad que ya no sabe quién es.

Personajes: personas vacías en un mundo hiperreal

En Glamourama, los personajes no son individuos plenamente realizados, sino reflejos, seleccionados, planos e inestables. Victor Ward es el epicentro de este colapso. Comienza como un modelo obsesionado consigo mismo, preocupado solo por las apariencias y por nombrar a gente famosa. Pero a medida que su mundo se distorsiona, su sentido de sí mismo se fractura. No solo está perdido, sino que se vuelve irreconocible, incluso para sí mismo.

La narración de Victor es una actuación en sí misma. Nos dice lo que cree que queremos oír. Recuerda conversaciones que nunca han tenido lugar. Su identidad se transforma en función de quién le observa. Esto es lo que le hace tan fascinante y tan aterrador.

Los personajes secundarios no son más estables. Lauren Hynde, su novia, es más una marca que una persona. Jamie, la modelo con la que la engaña, aparece y desaparece como un espejismo. Incluso su padre, un personaje que debería ser su apoyo, se siente distante, como si formara parte de la misma simulación. Este distanciamiento no es un defecto de la escritura, sino una declaración de Ellis sobre la vida moderna.

Sin embargo, las figuras más fascinantes son las que orquestan el caos: los terroristas que parecen modelos de pasarela. Son guapos, tranquilos y totalmente letales. En este mundo, la estética se convierte en un arma. El mal no lleva máscara, lleva Armani.

Los personajes de Glamourama no evolucionan. Se disuelven. Se hacen eco de los temas explorados en El gato y el ratón, de Günter Grass, donde la identidad es frágil y el lenguaje falla. Y al igual que en Todos los hombres son mortales, de Simone de Beauvoir, el libro se pregunta qué queda cuando el significado se derrumba. En Glamourama, la respuesta podría ser: nada.

Lenguaje y estructura: un estilo convertido en arma

El lenguaje de Glamourama es un personaje en sí mismo. El escritor utiliza la prosa como un instrumento contundente: afilada, repetitiva, adormecedora. No es mala escritura, es deliberada. Cada nombre, cada marca, cada referencia a un famoso es un elemento constructivo en un mundo en el que la sustancia ha sido sustituida por la imagen.

La estructura imita la experiencia de consumir demasiados medios de comunicación. Las frases se acumulan. Las escenas se repiten. Los diálogos se difuminan en un ruido estático. Es caótico, sí, pero ese caos tiene sentido. Ellis crea un mundo tan saturado de ruido que el silencio resulta impactante.

El recurso más discordante de la novela es la repetición. Nombres, frases y oraciones completas se repiten una y otra vez. Aunque a algunos lectores les resulta molesto, es parte del método de Ellis. Refleja el colapso mental de Victor y el interminable eco de la fama y la vigilancia.

El tiempo mismo comienza a colapsar a mitad de la novela. Los flashbacks aparecen como flash-forwards. La realidad se pliega. La voz de Víctor se vuelve poco fiable, una elección que recuerda la fragmentación de El ser y la nada, de Jean-Paul Sartre. La identidad, el tiempo y la verdad se desestabilizan.

El autor también juega con los efectos cinematográficos. Escribe como si estuviera detrás de una cámara: planos generales, travellings, cortes abruptos. Este estilo visual contribuye a la atmósfera surrealista de la novela, especialmente durante las escenas de violencia, que parecen coreografiadas en lugar de espontáneas.

El resultado es un estilo que no es fácil, pero sí inolvidable. En su forma extrema, el lenguaje de Glamourama se convierte en un espejo de la cultura que critica. Es desorientador, agotador y brillante, y ese es el objetivo.

Cita de Glamourama, de Bret Easton Ellis

Citas de Glamourama, de Bret Easton Ellis

  • «Cuanto mejor miras, más ves». Esto captura la obsesión del libro por la superficie en lugar de la profundidad. En el mundo de Víctor, la apariencia define el valor, pero también distorsiona la realidad.
  • «La fama es un camuflaje». El autor sugiere que la fama no revela, sino que oculta. Detrás del glamour hay algo peligroso y desconocido.
  • «Ya no sé quién soy ni adónde voy». El descenso de Víctor hacia la confusión refleja la pregunta más profunda de la novela: ¿qué sucede cuando la identidad se convierte en una actuación?
  • «Nada es casual. Todo tiene un significado. Todo sucede por una razón». Una frase escalofriante, sobre todo cuando los acontecimientos se descontrolan. Refleja la lógica sectaria que impulsa gran parte del terror de la historia.
  • «Creo que estoy en una película para la que no recuerdo haber hecho una audición». La vida de Víctor se convierte en un guion cinematográfico. Su pérdida de agencia se convierte en una metáfora de la identidad moderna.
  • «El mundo es un borrón de glamour y sangre». Ellis fusiona la belleza y la violencia en una sola estética. El resultado es surrealista e inquietante.
  • «Nada tiene sentido, así que todo lo tiene». Una respuesta posmoderna a un mundo en colapso. El caos se convierte en su propia lógica.
  • «Todo es solo un espectáculo». En Glamourama, la vida, la muerte y la política son entretenimiento. Y el público nunca aparta la mirada.

Curiosidades sobre Glamourama

  • La novela más ambiciosa: Glamourama abarca continentes y rompe moldes. Mezcla sátira, thriller y ficción experimental, y Ellis tardó cinco años en escribirla.
  • Una prima temática de Auto de fe: Tanto Glamourama como Auto de fe, de Elias Canetti, exploran la caída en la locura y el aislamiento. En ambas, la identidad se desintegra bajo presión.
  • Ambientada en un hiperrealista Nueva York y Londres: Las ciudades de la novela son reflejos exagerados de lugares reales. Parecen escenarios de cine.
  • La primera aparición de Victor Ward fue en otra obra: Se le presenta brevemente en Las reglas del juego, una táctica de universo compartido que Ellis utiliza a menudo. La conexión muestra cómo los temas del desapego se reflejan en todas sus obras.
  • Prohibido en algunas librerías: Tras su publicación, Glamourama fue criticado por su contenido sexual y violento. Algunos minoristas se negaron a venderlo, lo que aumentó su notoriedad.
  • Inspirado en la cultura sensacionalista de los años 90: El libro está directamente influenciado por las observaciones de Ellis sobre la creciente obsesión por las celebridades. El escritor habló de ello en una entrevista con The Paris Review.
  • Banda sonora literaria de la distorsión: Las constantes marcas y frases repetidas funcionan como una partitura minimalista. Los críticos han comparado esta técnica con las estructuras en bucle que se encuentran en El libro del desasosiego, de Fernando Pessoa.
  • Fuertes conexiones con la tradición posmoderna: Ellis citó como fuentes de inspiración a Don DeLillo y Joan Didion, pero su novela va aún más lejos en su forma experimental. Literary Hub ha incluido Glamourama en sus debates sobre obras posmodernas de culto.

Por qué me encantó Glamourama: una visión febril que aún arde

Glamourama no es un libro que «disfruté» en el sentido habitual. Me inquietó, me agotó y, a veces, incluso me enfureció. Pero también se quedó conmigo como pocas novelas lo han hecho. Por eso me encantó. No intenta ser agradable, se atreve a ser inquietante, incluso repulsivo.

Hay algo valiente en la forma en que Ellis se entrega por completo al caos. No suaviza su mensaje ni hace que sus personajes sean más cercanos. Sube el volumen y se niega a bajarlo. Esa intensidad resulta abrumadora, sí, pero también parece una verdad a la que rara vez nos enfrentamos.

Mientras lo leía, curiosamente, no dejaba de pensar en Buenos días, tristeza, de Françoise Sagan. Ambos libros tratan sobre las apariencias y el vacío, con personajes que actúan en lugar de vivir. Sin embargo, Glamourama va más allá. Nos obliga a cuestionar el mundo que hemos construido en torno a la fama, los medios de comunicación y el espectáculo.

También es tremendamente profética. Escrita a finales de los años 90, anticipa nuestra obsesión por la vigilancia, los influencers y las vidas curadas. La espiral de Victor refleja lo que ocurre cuando no se sabe dónde termina el personaje y dónde empieza el yo. Ese mensaje es ahora más relevante que nunca.

Libros como Cassandra, de Christa Wolf, me enseñaron cómo la ficción puede criticar la historia. Glamourama hace algo similar, pero con el futuro. Imagina un mundo en el que todo es una actuación y luego pregunta: ¿y si ese mundo ya existiera?

Reflexiones finales: sigue siendo incisiva, sigue siendo relevante

Glamourama no es para los débiles de corazón. Es larga, discordante y descaradamente extraña. Pero bajo la superficie hay algo urgente: una advertencia, un diagnóstico, un espejo. Bret Easton Ellis utiliza a Victor Ward no como un héroe, sino como un vehículo. A través de él, vemos cómo implosiona una cultura.

Si buscas una ficción basada en la trama, puede que este no sea tu libro. Pero si estás abierto a la ficción que desafía, desorienta y provoca, Glamourama te lo ofrece con creces. No se trata de claridad, se trata de enfrentarse a la confusión.

La violencia está estilizada. Los personajes son opacos. La estructura está rota a propósito. Es fácil perderse, pero eso es parte de la experiencia. Cuando llegues a la última página, puede que no entiendas del todo lo que ha pasado, pero sentirás que te ha pasado algo.

Hay una sensación de solapamiento con Auto-da-Fé, de Elias Canetti, donde la locura surge del aislamiento y el delirio. Ambos libros cuestionan lo que es real y si la verdad importa en un mundo que se derrumba. Glamourama lleva ese colapso a escala global, convirtiendo cada explosión de una bomba en una sesión de fotos.

Esto no es solo literatura. Es una crítica cultural envuelta en moda y llamas. Es un libro que despoja el brillo para exponer la podredumbre que hay debajo. Y al hacerlo, se convierte en una de las novelas más inquietantes e importantes de su época.

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